Nuestras maletas, que pasaron por Venezuela, que no pasaron por los innumerables controles estadounidenses de los que tanto se asustan muchos cooperantes internacionales aquí en Nicaragua, llegaron. Pero llegaron tarde y alteradas: tanto a Laura como a mi nos habían quitado cosas personales tan variopintas como un CD con información relacionada con temas de género, libros o una cámara Web.
Por todo esto, nos vimos abocados a ir a la casa del Embajador en el Día de la Hispanidad con lo puesto, es decir, camisetas, deportivas… ropa inapropiada para el “vestuario formal” que se rogaba en la invitación personal que nos había mandado el Embajador de España.
Por suerte, en Nicaragua nos hemos encontrado con gente muy acogedora, tanto Nicas como españoles. Y éstos últimos nos prestaron algo de ropa más “formal” (¡¡muchas gracias, Alfonso!!), aunque lo de las zapatillas deportivas o de montaña ya no las podíamos disimular.
Lo cierto es que ahora, viendo las fotos, no siento tanta vergüenza como sentía en el momento. Parecemos casi decentes y todo (si no se mira hacia el calzado, claro). Aún así, el desfile de modelitos que se vio en la casa del Embajador quizá nos dejaba algo en evidencia. Por suerte, el Embajador estaba enterado de nuestra desgraciada aventura con las maletas, lo cual en cierta medida ayudaba a sentirnos algo más cómodos entre tanto traje de largo y de noche. ¿El truco? Mirar hacia delante, de frente: nunca hacia abajo.
Por todo esto, nos vimos abocados a ir a la casa del Embajador en el Día de la Hispanidad con lo puesto, es decir, camisetas, deportivas… ropa inapropiada para el “vestuario formal” que se rogaba en la invitación personal que nos había mandado el Embajador de España.
Por suerte, en Nicaragua nos hemos encontrado con gente muy acogedora, tanto Nicas como españoles. Y éstos últimos nos prestaron algo de ropa más “formal” (¡¡muchas gracias, Alfonso!!), aunque lo de las zapatillas deportivas o de montaña ya no las podíamos disimular.
Lo cierto es que ahora, viendo las fotos, no siento tanta vergüenza como sentía en el momento. Parecemos casi decentes y todo (si no se mira hacia el calzado, claro). Aún así, el desfile de modelitos que se vio en la casa del Embajador quizá nos dejaba algo en evidencia. Por suerte, el Embajador estaba enterado de nuestra desgraciada aventura con las maletas, lo cual en cierta medida ayudaba a sentirnos algo más cómodos entre tanto traje de largo y de noche. ¿El truco? Mirar hacia delante, de frente: nunca hacia abajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario