Este sábado pasado tuve la suerte de poder visitar un volcán, mi primer volcán. ¿Activo? ¿Peligroso? Sí. Es el segundo volcán con mayor actividad del mundo. Además, ya había arrojado alguna roca al aire que había herido a turistas italianos.
Los españoles que lo descubrieron creían que era la boca del infierno, ya que el volcán no para en ningún momento de desprender azufre y además no posee la clásica forma cónica que tenemos de los volcanes: es más bien una hendidura en medio de la nada; por eso, los españoles colocaron una gran cruz al pie del volcán y lo “utilizaban” para arrojar al fondo del volcán a los nativos que no se adaptaran a las exigencias colonialistas españolas.
Lo que más llama la atención nada más llegar a un volcán en activo es, primero, el olor a azufre que desprende. Después los síntomas se agravan: dificultad para respirar (cogimos toda la nube de humo de golpe según llegamos), irritación de ojos… Vamos, que es buena idea tomar los consejos como los de no estar en ese lugar más de veinte minutos: no es aconsejable para la salud. Pero, ¿y para la de los nicas que trabajan ahí durante horas? Por muy bien pagado que pueda estar el trabajo, no merece la pena estar de vigilante al lado del humeante volcán que desprende esos gases sin cesar.
2 comentarios:
Aunque no lo creas leo tu blog cada día. Me gusta leer cosas interesantes y tú siempre aportas algo nuevo. Vamos, que hasta estoy aprendiendo y todo jejeje
Bueno, seas quien seas, eres bienvenido/a a mi blog (como todos los que leen y no escriben)
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